viernes, 29 de junio de 2018

El enano saltarín

Hace mucho tiempo, existió un rey que gustaba de dar largos paseos
 por el bosque. Un buen día, y cansado de tanto cabalgar, el monarca
 llegó a una humilde casita entre los árboles. En aquel lugar, vivía
un agricultor con su hija joven, la cual rápidamente se ganó la
 admiración del rey por su belleza.
“Mi hija no solo es bella, sino que también tiene un don especial”
– alardeaba el campesino. Cuando el rey le preguntó de qué se
 trataba, el anciano respondió que la muchacha era capaz de
convertir en oro la paja seca con el uso de una rueca. “Genial,
 la llevaré conmigo al palacio” – gritó entonces el rey.
Al llegar al enorme castillo, el monarca condujo a la joven
 doncella hacia una habitación donde se encontraba una
 rueca rodeada de paja. “A la mañana siguiente vendré a ver
 si es verdad que puedes convertir todo esto en oro. Si me
 engañas, tú y tu padre sufrirán las consecuencias por haberme
 mentido”.
Al no saber qué hacer, la pobre muchacha se desplomó en el suelo
 y se puso a llorar hasta la llegada de la noche. Entonces, cuando
 dieron exactamente las doce en el reloj, apareció por una de las
ventanas, un enano narizón que prometió ayudarla.
“Si me regalas tu collar, convertiré toda esta paja en oro”
 – dijo el enano con una voz suave, y sin pensarlo dos veces,
la hermosa joven le entregó su collar a la criatura, y esta se dispuso
 a hilar la rueca con toda la paja de la habitación. A la mañana
 siguiente, el rey abrió la puerta y quedó boquiabierto de ver que,
 efectivamente, toda la paja había sido convertida en oro.
Cegado por su ambición, el rey tomó a la muchacha por las manos
 y la llevó hacia otra habitación mucho más grande que la anterior.
 Enormes bultos de paja se extendían hasta el techo. “Ahora debes
 hacer lo mismo en esta habitación. Si no lo haces, verás las
consecuencias de tu engaño”, le dijo el monarca antes de cerrar la puerta.
La suerte de la muchacha no había cambiado, y tan nerviosa se puso
 que se tumbó en el suelo a llorar desconsoladamente. A las doce
en punto de la noche, apareció nuevamente el enano narizón que la
 había ayudado. “Si me das esa sortija que brilla en tus dedos, te ayudaré
a convertir toda esta paja en oro”, le dijo la criatura a la muchacha, y
 esta no dudo un segundo en cumplir su parte del trato.
Para sorpresa del rey, cuando regresó a la mañana siguiente, la habitación
 se encontraba repleta de hilos de oro, y fue tanta su avaricia, que decidió
 casarse entonces con la pobre muchacha, pero a cambio debía repetir el acto
mágico una vez más.
Tan triste se puso aquella joven, que no tuvo más remedio que echarse a llorar
 durante toda la noche. Como era costumbre, el enano narizón apareció
entonces a las doce de la noche y acercándose lentamente a la muchacha
 le dijo: “No llores más, hermosa. Te ayudaré con el rey, pero deberás
entregarme algo a cambio”.
“No tengo más joyas que darte”, exclamó la muchacha con pesadumbre,
 pero el enano le pidió entonces una cosa mucho más importante:
“Cuando nazca tu primer hijo, deberás entregármelo sin dudar. ¿Aceptas?”.
 La princesa no tuvo que pensarlo mucho, y tal como había prometido el enano,
 convirtió toda la paja de la habitación en oro usando la rueca.
En las primeras horas de la mañana siguiente, el rey apareció como de
 costumbre, y al ver que era más rico aún gracias a la muchacha, ordenó
 a sus súbditos que preparan un banquete de bodas gigante para casarse
de inmediato.
Al cabo de un año, el rey y la nueva reina tuvieron su primer hijo,
 y aunque la muchacha había olvidado por completo la promesa del
 enano narizón, este apareció una buena noche en la ventana de su alcoba.
“He venido a llevarme lo prometido. Entrégame a tu hijo como acordamos”,
 susurró el enano entre risas. “Por favor, criatura. No te lleves lo que
más amo en este mundo”, suplicó la reina arrodillada, “te daré todo lo que
 desees, montañas de oro, mares de plata, todo porque dejes a mi hijo en paz”.
Pero el enano no se dejó convencer, y tanta fue la insistencia de la
 muchacha que finalmente, la criatura le dijo: “Sólo hay un modo de que
 puedas romper la promesa, y es el siguiente: dentro de tres noches vendré
 nuevamente a buscarte, si para ese entonces adivinas mi nombre, te dejaré
 en paz”. Y dicho aquello se desapareció al instante.
La reina, decidió entonces averiguar por todos los medios el nombre de
 aquella criatura, por lo que mandó a sus guardias a todos los rincones
 del mundo y les ordenó que no volvieran si no traían una respuesta.
 Tras dos días y dos noches, apareció uno de los guardias, contando la
historia de un enano que había visto caminando por el bosque, mientras
cantaba lo siguiente:
“Soy un duende maldito,
Inteligente como yo, nunca encontrarán
Mañana me llevaré al niño
Y el nombre de Rumpelstiltskin, jamás adivinarán”
Así pudo saber la reina el nombre del enano narizón, y cuando
 se apareció en la noche le dijo: “Tu nombre es Rumpelstiltskin”.
 Entre gritos y lamentos, el enano comenzó a dar saltos enfurecidos
 por toda la habitación, y tanto fue su enfado, que saltando y saltando
llegó al borde del balcón y se cayó en el foso del castillo, quedando
 atrapado allí para siempre.

El enano saltarín


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